Sujetas a una disciplina férrea cuya superiora, sor Aranzazu, conocida entre nosotras por la “Pantera blanca”, sólo satisfacía sus entrañas con castigos glaciales.
La más ligera ondulación en la disciplina acarreaba un castigo, que podía llamarse ejemplar. Testigo experimental fue mi amiga Dolores Valdés (de Mieres, Asturias), que “navegó” milagrosamente durante más de media hora en el agua, que ya le llegaba al estómago, estando encerrada en un calabozo del sótano por haber escrito lo que a la sedición militar se refería y juzgar a la perfección en hermosos versos la imperfección de la religión llevada a la práctica, con actos antihumanos, que con las reclusas las monjas hacían. Y gracias al juez instructor, que se la llevó inmediatamente a San Sebastián, dándose perfecta cuenta de lo que ocurría, con pretexto de juzgarla, pudo así salvar la vida.
Penal disciplinario era éste, porque la superiora de las carceleras (eran monjas mercedarias), con sus castigos, así lo hacía; cogida infraganti con un gesto cualquiera (en el comedor todas nos reuníamos a la hora de la comida), una sonrisa, una simple mirada, que la creyeran significativa, era lo suficiente para privarte de lo que más te dolía; eso si no eras llevada a la celda de castigo por la monja que te cogía; a ella se iba por lo más insignificante, por una seña a la repartidora del agua, o por, simplemente, mirar hacia ella mientras echaba el precioso líquido en el recipiente que de vaso nos servía.»
Fuente documental:
Asturias Republicana
Fuente imagen:
Asturias Republicana