La Circular de 19 de enero de 1939, dentro del programa de «Propaganda religiosa», véase el articulo «La propaganda en las cárceles franquistas», establecía una serie de sanciones contra aquellos reclusos que blasfemaran:
Se impondrá sanciones a los funcionarios que toleren o disimulen dicha falta a los reclusos. A éstos se les sanciona la primera vez con privación de las comunicaciones oral y escrita con el exterior en tanto no se aprecie su arrepentimiento, y en caso de reincidencia, se les aplica otras correcciones reglamentarias más severas y se les llega hasta inhabilitar para obtener el beneficio de libertad condicional y redención de pena por el trabajo.
Tal debía de ser este problema, el de blasfemar, para unas autoridades que confesaban una fe católica extrema, que además de la Orden arriba mencionada, el periódico Redención, única lectura autorizada en el interior de las cárceles, publicaba un articulo «Sobre la blasfemia» que merece ser expuesto en su totalidad. En el mismo, se puede observar la presión a la que los presos, acogidos al trabajo para redención de penas, estaban sometidos, hasta el absurdo momento, en el que el autor llega a culpar de las desgracias que sobre España se han volcado, a las blasfemias de aquellos que bajo las hordas marxistas estuvieron. Artículos como este, eran redactados por prisioneros de guerra como José R. de Basterra (Prisión del Carmelo -Vitoria).
Nótese los tentáculos de la censura y el carácter ideológico, en la labor de adoctrinamiento que había comenzado en las cárceles franquistas.
Sobre la blasfemia
Amigo: soy un preso como tú que, en tú compañía o en condiciones muy parecidas, he vivido largos meses de cautiverio y he llegado a tomarte afecto, y que por semejanza de situaciones y de motivos no debo serte sospechoso. Deseo discurrir un momento contigo sobre el asunto que encabeza estas líneas y que constituye una verdadera plaga en todas partes, porque creo que no hay país en el mundo en que se blasfeme tanto como se blasfema en España.
A veces he llegado a pensar que todas las desgracias que sobre España se han volcado, son un castigo de Dios por las injurias que, contra Él, se elevan continuamente, de esta tierra digna de mejor suerte. No re rías, de todas formas tengo la convicción (esta sí, firmísima), de que el proletariado español, la clase obrera, moderna y trabajadora a la que seguramente perteneces y por la que siento especial predilección, no mejorará de condición y categoría hasta que no deje de blasfemar, porque en tanto lo haga prueba será de que no adquiere la educación espiritual indispensable para merecer y lograr aquella mejora.
Supongo que eres y te tienes por hombre “consciente”, en decir, que obras por razones y no por lo que te quieren imponer otros, y que profesas unas convicciones que comprenden y tienen por justas y nobles y a las cuales ajustas tus acciones. Es muy probable también que seas un enamorado de la Libertad (con mayúsculas) y acaso hasta libertario. En tal caso a ti es a quien me dirijo: a ti y a todos los que blasonan de modernos progresistas, libres de perjuicios y supersticiones, para empapados de esa nueva religión que rinde culto a la Libertad, que pide absoluta libertad de pensamiento, sin frenos ni cortapisas.
Probablemente blasfemas y oyes blasfemar en tu derredor, naturalmente cuando no estas presentes los funcionarios que velan por impedirlo. Y seguramente “hecho” ya el oido a las palabras, ni tú ni los otros os “dais cuenta” de lo que decís y de lo que significa, no percibís interiormente el hecho en toda su importancia. Y esto es lo primero que un hombre “consciente” debe conseguir analizar los hechos y formarse juicios propios. No como los que pasan por la vida oyendo todos los días las mismas cosas sin fijarse como son. Estoy cierto, segurísimo de que si oyeras a tu anciana madre proferir la menos grosera de las blasfemias que, a diario lanzas, te causaría un efecto terrible y desastroso, y sentirías una verdadera angustia.
Como puede mi madre ser tan “ordinaria” tan bruta, pensarías. Y sin embargo tú lo haces y oyes a tus compañeros y “te quedas tan fresco”. Reconoce amigo mío que esto no es lógico.
Y te reconocerás más inconsecuente aun, si reflexionas un momento lo que dices cuando blasfemas y por qué lo dices, y como se da ello “de patadas” con tus teorías y tus afirmaciones. No quiero decir que tu piensas de este modo, lo más probable, como antes dejo indicado, es que tú blasfemas porque sí, por contagio, por dártelas de más hombre. A veces por imponerte, por gritos a un adversario con el que discutes o riñes, sin darte cuenta (siempre falta de reflexión), de que un buen puñetazo en silencio, sin blasfemias ni gritos mal sonantes, vale más que todos estos.
Pues bien, yo quiero sugerirte algunos razonamientos. Yo te invito a reflexionar conmigo. Si me equivoco me refutas, pero si voy bien, habrás de darme la razón y obrar en consecuencia. ¿Por qué le cantas las cuarenta al sastre cuando te hace un pantalón corto o una americana estrecha? Porque él, el sastre, tu sastre tiene la culpa.
¿Por qué le insultas al tendero que te roba en el peso y por qué dices “pestes” del casero cuando te cobra una renta exagerada?” Porque ellos, el tendero y el casero, don Policarpo y don Sandalio, pongamos por caso, dos buenos “peces” son los responsables.
Ahora bien, cuando te pegas un coscorrón contra la esquina. o te cae sobre la cabeza un tiesto desde una ventana, o te pisan en callo, o te sale mal una cosa y no sabes a quien echar la culpa, ¿por qué te metes con Dios? Si dime ¿por qué? No me contestes “porque me da la gana” o “porque me sale de las narices”,porque esos no son argumentos de personas conscientes. Te invito nuevamente a que llevemos la cuestión con seriedad. Y bien ¿por qué?
Como tú no te has formulado nunca esta pregunta, no aciertas a buscar la respuesta y yo te la voy a dar. Sencillamente, porque le echas a Dios la culpa de lo que te ha sucedido, porque sabes o mejor dicho, sientes en tu interior instintivamente (intuitivamente que es más correcto) que hay “algo”, un ser superior, una fuerza, una energía que rige el mundo entero, que lo manda y gobierna, que nos domina y nos puede.
Al no ver tú con los ojos de la cara la causa directa y próxima del mal que te sucede, lo achacas genéricamente a Dios, a ese “Algo” superior e invisible y te revuelves airado contra Él (como antes contra el sastre o el tendero), y le injurias. Esa es la verdad lisa y llana. Esa es la significación moral de la blasfemia. ¿No lo ves claro?
Ahora bien, amigo mío, si no crees en Dios… ¿por qué le echas la culpa de lo que te contrarea?… ¿por qué le injurias?… ¿por qué blasfemas? Y a la inversa al hacer a Dios responsable de tus desgracias, ¿por qué no crees en Él? O lo uno o lo otro. Hay que rendirse amigo mío. Hay que ser consecuente. Hay que dejar de blasfemar, porque en ultimo termino, antes de echar la culpa a Dios y ofenderle, es prudente enjuiciar detenidamente los acontecimientos y si lo hicieras, comprenderías que el tiesto se cayó porque lo empujó una persona, sacudiendo torpemente las alfombras, y el pisotón te lo dio “el tío Paco” que es un animal, y el coscorrón te lo ganaste tú mismo por bruto. Entonces ¿a qué echar la culpa a Dios?
Me dirás… ya sé que me dirás muchas cosas, cualquier cosa en tu afán de buscar una “salida”, pues si te das por vencido tienes que dejar de blasfemar… y te parece que vas a ser “menos hombre”.
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La Vanguardia